Sicilia es una isla variada y llena de encanto.
Por Javier San Sebastián y Carmen Castaño.
Los restos griegos impresionan por su tamaño y estética: Selinunte emociona por su grandeza y extensión, como Agrigento -muestra soberbia de poder y capacidad creativa- el emblemático templo de Segesta, el enorme teatro de Siracusa o el greco-romano de Taormina, con el telón de fondo del Etna.
Palermo es una ciudad viva, auténtica, a la vez decadente y señorial, plagada de palacios y abigarradas iglesias. Merece la pena perderse voluntariamente por sus calles y bulliciosos mercados. Otras, como Siracusa y Castelmola, emplazadas sobre laderas, parecen desafiar la lógica y el paso del tiempo.
Las ciudades Barrocas del Sureste son magníficas. Como muestra, Noto, Ragusa, la isla Ortigia de Siracusa o Palazzolo Acreide, con los restos de la evocadora ciudad griega de Akrai.
Como muestra romana, el opulento palacio de la villa del Casale en Piazza Armerina, con sus bien conservados mosaicos.
En cuanto a la naturaleza y la montaña, la subida al Etna desde el Sur permite descubrir el volcán de cerca y caminar por el borde de varios conos durmientes, siempre y cuando los gases lo permitan. Por el lado Norte, cráteres encadenados, malpaíses y bosques de abedules.
La enigmática Pantalica es una meseta rodeada por dos gargantas profundas donde se excavaron hasta cinco mil huecos en las paredes, para viviendas y necrópolis.
Los acantilados de creta de la “Scala dei Turchi”, con su cegadora blancura son también un lugar para caminar y disfrutar sin prisas.