José Antonio Frías
Al sur de Essaouira, la «ciudad blanca» se extiende una salvaje costa preservada de cualquier carretera costera y cualquier iniciativa turística. Largas playas de arena fina, dunas y acantilados rocosos se suceden durante decenas de kilómetros entre Sidi Kaouki e Imsouane.
Entre ambos lugares, apenas frecuentados por algunos surferos, la nada. Los escasos pueblos están alejados del mar, como si nada pudieran aprovechar de él o incluso temieran algo; ajenos al gigantesco océano, viven de la agricultura y del aprovechamiento del Argán, ese árbol cuyo escaso y codiciado aceite se ha convertido en el nuevo oro líquido.
Las escasas construcciones costeras, relacionadas siempre con una pesca artesanal rudimentaria, o con la ganadería, parecen abandonadas y languidecen bajo el sol. Algún dromedario pastando, pozos y abrevaderos antiguos, fundamentales en esta tierra sin agua y casas de pescadores son la única huella humana que encontraremos.
Contra lo que pudiera pensarse, las temperaturas máximas en verano no suben de 20º. Se comparte la experiencia de un paseo veraniego por estas costas, acompañado de un grupo de dromedarios que han transportado todo lo necesario para los campamentos y nuestro propio equipaje.