Por Gerardo Sánchez-Granjel y Yolanda Moralejo
Irán, tras la Revolución Islámica de 1979, es un país estigmatizado para Occidente. La proyección que presentamos bajo el título “Colores de Irán” es un reflejo de un viaje realizado el pasado mayo a Irán, a la Persia histórica, viaje no muy largo que, obviamente, no supone poder conocer un país. No obstante esa estancia, las lecturas previas, conocer algo de la literatura y cultura iraníes, poder hablar con la gente y unido todo ello a observar sin prejuicios nos ha permitido montar, aprovechando un posible calidoscopio de colores, una proyección que recoge distintas facetas y aspectos de Irán que vinculamos a un color concreto.
Irán es un país francamente hermoso y tremendamente interesante. Es un destino distinto, diferente y que permite disfrutar todavía de la diversidad en un mundo como el nuestro cada vez más homogeneizado. De los países que hemos visitado en esa zona de Asía es, con diferencia, el que más nos ha agradado y sorprendido: desde las zonas del sur con ciudades del desierto como Kermán o Yazd evocadoras de otras épocas hasta las maravillosas Shiraz o Isfahan; desde los restos y ruinas persas, sasánidas, safávidas… hasta el impresionante sentimiento religioso presente en Mashad o en los múltiples mausoleos; desde las grandiosas mezquitas hasta las ruinas abandonadas de fortalezas y caravasarais; desde la gente de Teherán a la gente de pequeñas ciudades y aldeas, los iraníes nos han demostrado ser un pueblo hospitalario, amable y respetuoso.
Obviamente hay costumbres y formalidades muy distintas a las nuestras (o no tanto si uno se acuerda de nuestra España de hace unas décadas) pero, si uno se considera un viajero y no un mero turista, sabrá y entenderá que estas diferencias son una gran parte del encanto de viajar.