Fecha: 19 de noviembre de 2011
Autores: Almudena Iglesias, Jabito Jablonski
Con el nombre de Mitteleuropa el historiador alemán Jörg Brechtefeld localizaba antes de la primera guerra mundial un vasto territorio en el que se incluían unilateralmente una docena de países centroeuropeos. Se trataba de una designación que, desde un forzado punto de vista político, cultural y geográfico, estuvo lejos de convertirse en un marco geopolítico democrático ya que corrían tiempos de guerra. La demarcación sí que entendía al menos una realidad fluvial: un territorio dominado por una cuenca hidrográfica de casi 726.000 kilómetros cuadrados y cuyo colector principal era y sigue siendo el Danubio.
Con 2.888 kilómetros de longitud, y casi un siglo después de aquella belicosa manera de entender Europa por parte del imperio germano, el Danubio continúa siendo un eje de comunicación fluvial y cultural que, en la actualidad, atraviesa diez países, uniendo las cumbres de la Selva Negra con el Mar Negro. Claudio Magris, con sabiduría y responsabilidad colectiva, en su libro El Danubio se refiere al Universo Danubiano como “un mundo más allá de las naciones” en clara contraposición con la fatal y grandilocuente idea de anexionar países para, entre otros infortunios, la explotación económica.
En un intento de conocer más de cerca una amplia región centroeuropea y saboreando al mismo tiempo las ventajas de un vehículo versátil -tanto para las cortas y las largas distancias -la bicicleta-, casi un siglo después de aquel periodo de entreguerras, el Comité de Bici Urbana Guardabarros ha recorrido cerca de 1.000 kilómetros en bicicleta y tren entre las localidades de Donaueschingen (Alemania) y Viena (Austria). Una distancia simbólica pero suficiente para atravesar dos países de lengua y cultura germanas con el aliciente de pedalear cuesta abajo.
En un país donde existen 900 bicicletas por cada 1.000 habitantes y más interesante aún, donde cada ciudadano recorre una media 300 kilómetros en bicicleta el año (frente a los 24 km/hab./año de España o los 1.024 km/hab./año de Países Bajos), Alemania cuenta con una abrumadora red ciclista tanto urbana como interurbana. Desde el interfluvio de los ríos Brigach y Breg se señaliza y adapta un vial ciclista que discurre a lo largo de ambas márgenes del Donau (Danubio en alemán) y atraviesa por ejemplo las ciudades de Ulm, Nördlingen, Ingolstadt o Regenburg (Ratisbona en Español) hasta Passau. Allí, el Danubio anticipa la frontera con Austria y recoge dos nuevos caudales (leben an drei flüssen, es decir, vida junto a los tres ríos: el Inn y el Ilz se unen al Danubio). La red, a modo de eje vertebral de los estados federales de Baden-Wüttemberg y Baviera en Alemania, posibilita una oferta turística cuyo denominador común es la bicicleta y que, lejos de parecerse a lo que en nuestra comunidad brinda el Duero y sus afluentes, representa un soplo de aire fresco para multitud de villas y pueblos rurales.
Son habituales las zonas de acampada para ciclistas, Bed & Bikes (yo conocía los Bed & Breakfast), talleres de reparación de bicicletas que a modo de casetas camineras se distribuyen a lo largo de todo el recorrido e, incluso, hoteles de máximo nivel con garajes exclusivos para bicicletas. Ya en Austria, la red aún más consolidada, favorece un turismo que asombrosamente en verano puede llegar a ser de masas y cuyo únicoleitmotiv es la bicicleta o, mejor dicho, el cicloturismo.
Si a día de hoy, el transcurrir del Tormes no es una oportunidad tanto para la bicicleta como para un sinfín de tareas pendientes, es porque además del simple hecho fluvial, siguen sin deslindarse sus riberas y ello sin duda afecta a la calidad de los escenarios fluviales, y en consecuencia, a todos y cada uno de los pueblos tormesinos. Por otro lado, recorrer en bici o a pie las márgenes del río Tormes –más cerca o más lejos- en completa armonía con los usos tradicionales y respetando los valores ecoculturales de sus riberas resulta ser, además de una tarea catastral, un desafío social. Y ello lo digo porque la gestión de los espacios naturales en nuestro país se apoya más bien en una necesidad de cumplir directivas y no en dar respuesta a demandas colectivas unánimes que por el contrario son muchas veces anecdóticas, poco maduras y por supuesto nada exigentes. Recuerdo ahora por cierto el Canal de Castilla con sus dificultades para la dinamización turística y también, en el extremo opuesto, el Canal du Midi, una catarsis ciclista que apunta referentes justo al otro lado de los Pirineos. Por eso, si el Camino de Santiago, pese a un nuevo año Jacobeo, sigue adoleciendo de facilidades y recursos para su disfrute en todas las modalidades de transporte no contaminantes, poco me queda decir de bicocas ultramarinas.
El diseño de políticas a favor de la bicicleta posiblemente sigue menospreciando las fortalezas de los caminos históricos, las sendas, las cañadas, las veredas…uno de los resortes olvidados para la promoción y recuperación de espacios rurales, espacios interurbanos o sencillamente naturales o culturales. La bicicleta también es una herramienta para mejorar la salud de una sociedad todavía anclada en las cuatro ruedas.
Tras viajes como el del Comité de Bici Urbana Guardabarros, con el tren a modo de complemento en varios tramos, solo me queda reivindicar un tren norte-sur que algunos aún recordarán. Un tren amable con las bicis (según Guardabarros, todos los primeros vagones de los trenes danubianos tienen un espacio para bicicletas) superando por fin la catástrofe que es renunciar a los caminos de hierro por vías verdes y que, en definitiva, no combinan sino que destruyen y olvidan.
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