Por Pablo Montes
Nadie puede negar que ahí están nuestros orígenes. Por eso es una tierra que ha sufrido y sufre continuos avatares. Y por eso viajar hasta ella es algo distinto a todo. Una experiencia entre desiertos, mares en los que flotas y otros en los que buceas, fronteras, religión, seguridad y mucho celo. Hablamos de Israel y su vecina Jordania.
Israel es devoción, la Tierra Santa a la que muchos acuden para caminar por los escenarios de la Biblia. Por eso hay que perderse por Jerusalén y su Ciudad Vieja. Un entramado de callejuelas donde conviven judíos, musulmanes, católicos y ortodoxos con miles de turistas y soldados armados hasta los dientes. Muy cerca, pero muy lejos a la vez, está Belén. Un salto a Palestina a través del muro de la discordia. Y, por último, el fervor también se respira y mucho en Nazaret, la ciudad de la Anunciación.
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Pero Israel también son las playas y el ambiente joven de Tel Aviv, la experiencia de flotar en el mar Muerto, el viaje en el tiempo que propone Acre y la inmersión más multicolor del mundo en el mar Rojo en Eilat.