Por Jose Abel Flores Villarejo.
La particular fisiografía de la Tierra, donde dos terceras partes de su superficie la ocupa el Océano, hace que ese entorno sea objetivo fundamental de la Ciencia. Por un lado, los mares han sido y son los encargados primordiales de la distribución de energía en nuestro sistema terrestre, y por otro, esa amplitud determina que sus entresijos sean los potencialmente capaces de generar y albergar señales que nos permitan la reconstrucción del pasado. Así pues, realizaremos una singladura por distintos mares para mostrar cómo con el empleo de embarcaciones sofisticadas, repletas de científicos implicados en programas internacionales, los exploran para arrancar de sus fondos y aguas rastros que aproximen ese pasado, siguiendo una técnica propia de la Geología Forense.
La distintiva visión azul propia del Océano cuando contemplamos la Tierra desde el exterior, se convierte en blanco prístino en los extremos geográficos, en las regiones polares, donde los glaciares más desarrollados, Antártica y Groenlandia, aparentemente perennes, se rodean de hielo marino helado, oscilante, vivo. Esa mancha en el azul, verde y ocre de la Tierra, aparentemente insignificante, aunque muy sensible al cambio, ha sido y es responsable en último extremo de la dinámica climática. Cambios en su extensión y ubicación son determinantes. Recurriremos a su análisis y hablaremos de archivos extraídos de sus propias entrañas para, finalmente, generar modelos en potenciales escenarios de cambio climático, la variabilidad que ello determina en la Biosfera. Con ello, haciendo apología de la disciplina que se presenta aquí, la Paleoceanografía, quiere mostrarse la relación entre esta ciencia histórica y las que se preocupan del presente, evidenciando la validez de una de sus premisas fundamentales: “el pasado es la clave para explicar el futuro”.