El trekking del Everest representa con seguridad una de las travesías de montaña más famosas del mundo, no en vano nos deja a los pies de la cumbre más alta del planeta, aquella que lleva la etiqueta de ser la única que está por encima de todas las demás.
Si bien Sagarmatha -nombre nepalí de esta cima- no es la montaña más hermosa que podamos admirar, el entorno en el que se encuentra puede, sin embargo, rivalizar sin ningún lugar a dudas con los paisajes montañosos más espectaculares e increíbles que podamos visitar nunca en las grandes cordilleras, lo que lo convierte en un trekking sencillamente imprescindible. La sobrecogedora belleza del escenario que nos envuelve y rendir pleitesía a la montaña más alta de la Tierra son suficientes motivos para que varias decenas de miles de personas intenten cada año -del orden de 50.000- realizar este recorrido, convertido en un gran clásico desde hace ya mucho tiempo. Y es precisamente ese mismo éxito el que nos echa a menudo para atrás a muchos apasionados de la montaña de cara a intentarlo nosotros también, ya que en plena temporada alta el número de turistas recorriendo esta exigente ruta puede llega a ser, para nuestro gusto, simplemente excesivo. La montaña, para vivirla y apreciarla en su total plenitud debe estar arropada por una cierta paz, envuelta en una relativa, si no soledad, al menos sí tranquilidad, y las multitudes inevitablemente entorpecen cualquier conexión espiritual con ella.
Así pues, el trek del Everest estaba pendiente para nosotros desde hacía años, hasta que por fin se nos presentó la oportunidad de intentarlo cuando nuestros hijos ya tenían edad para disfrutarlo también, y tan intensamente como nosotros; de hecho, llevaban varios años pidiéndonoslo. La moneda estaba lanzada. Era el momento.
Veinte días de caminata esquivando la temporada alta de trekking del postmonzón y evitando el grueso de los trekkers. Veinte días recorriendo una minúscula porción del gigantesco Himalaya, a menudo en completa soledad. Veinte días sintiendo la hospitalidad de su gente.
Veinte días viviendo la montaña.
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