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Islandia en verano. Agua y fuego
2 diciembre, 2016 @ 20:00 - 21:00
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Hugo Domínguez Guillén, guía de viajes.
Todo en la naturaleza islandesa es excesivo, todo provoca admiración. Las cascadas son asombrosas y variadas: descomunales, recogidas, con fondos basálticos como telones de teatro, panorámicas, encajadas, abiertas, encadenadas o solitarias. No terminas de comprender de dónde sale tanta agua hasta que más tarde ves los glaciares. Te sientes pequeño. No importa que hayas visto imágenes antes. Es difícil comprender sus dimensiones hasta que no oyes su rugido atronador.
En este libro de geología abierto podemos ver las grietas que está provocando la separación de las placas oceánicas. La tierra se mueve, no es algo metafórico. En los trazados de la dorsal que atraviesa la isla de abren cientos de conos volcánicos que cada poco tiempo entran en erupción. Las fumarolas se ven por doquier, con campos geotermales que expulsan gases, agua caliente y lodo, géiseres y aguas termales. Las formaciones basálticas son alucinantes. Hay que verlas para creer que puedan existir.
Algunos lugares son absolutamente oníricos. En las Highlands, deshabitadas e inhóspitas, se alzan montañas de colores provocados por riolita. Es tan hermoso, tan diferente de todo lo que hayamos visto antes que abruma, provoca confusión.
Los glaciares también sobrepasan lo esperable. Las sensaciones al caminar junto o sobre ellos son únicas, como lo son los grandes bloques de hielo flotando junto al mar.
En cualquier parte se encuentra la sorpresa y la belleza, sea en sus tradiciones, los volcanes, sus plácidos valles erosionados por viejos glaciares, las aves, los cetáceos, las focas. También los caballos y ovejas, figuras omnipresentes del paisaje.
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